5 jun 2012
Tenía unos cuarenta y tantos. Era flaca y no se podía decir que guapa; tampoco fea, pero guapa definitivamente no lo era. Él la vio desde lejos: algo en ella llamaba su atención. A pesar de ir conduciendo, esa mirada especial y esa sonrisa particular eran inconfundibles. No sabía exactamente qué era, pero algo era: como la marca que había puesto Dios en Caín, así ella tenía una "marca" que la diferenciaba de los demás peatones de la avenida S. No lo pensó: simplemente fue acercando su vehículo al carril de baja velocidad y cuando estaba cerca de ella redujo la velocidad hasta casi detenerse, con la esperanza de que le hiciera la parada. Pero no ocurrió como deseaba; ella lo miró, cierto, pero no pasó de una mirada y el vehículo siguió adelante. Él se detuvo pero demasiado lejos, así que decidió dar vuelta en el retorno más próximo para estacionarse cerca de ella. Cuando regresó ya se había ido.
Durante semanas el recuerdo de aquella mujer lo atormentó de noche y de día. Esa rara excitación que sintió cuando la vio, regresaba cada vez que pasaba por aquella avenida. No se lo podía explicar pero no hacía falta porque muchas cosas son inexplicables, porque muchas cosas pierden su esencia y su misterio con una fría explicación. 
Un lunes, a las once de la mañana, decidió salir de su habitual recorrido de la avenida S y buscar pasaje en la avenida R; era un día de esos con poco pasaje y tenía que buscar más allá de donde acostumbraba. Cuando todo parecía indicar que no "pescaría" nada, divisó en el horizonte una silueta que lo hizo estremecer. Era demasiado lejos para poder reconocer a alguien pero su pulso acelerándose y su respiración agitada le decían que era ella, la causante de su obsesión. 
Esta vez no desaceleró como la vez anterior: aceleró hasta acercarse a unos cien metros y frenó casi totalmente para ver si ella le hacía la parada. Algo en su interior le decía que lo haría. No lo hizo. Él detuvo el auto casi enfrente de ella, apenas unos metros adelante, y aparcó: encendió un cigarro y miró a la mujer por el retrovisor. Ella estaba conversando con otra mujer: reían, quizá bromearan, no lo sabía. La otra mujer se dio cuenta de la insistente mirada a través del retrovisor del taxi y le dijo algo a su compañera. Ella rió más; la otra casi le empujaba en dirección al taxi. Finalmente ella le dijo algo y caminó hacia el auto. Él dio dos fumadas seguidas a su cigarro y volteó a verla mientras se acercaba: tenía la misma mirada y la misma sonrisa extraña de la última vez, que le causaban esa excitación inexplicable e intensa. Mientras se acercaba se decía a sí mismo que era una locura pensar lo que pensaba y, al mismo tiempo, pensaba que la mirada y la sonrisa de ella daban ese mensaje inequívoco de una necesidad urgente: lascivia pura.
Lo siguiente ocurrió tan rápido que no hubo tiempo de pensar: ella abrió la puerta del taxi y se subió. Él la observó ahora detenidamente mientras se acomodaba en el asiento del copiloto (cosa rara para una mujer que aborda un taxi). Como había adelantado, no era guapa para nada, incluso podría decirse que era casi fea; su vestimenta lucía un poco abigarrada: una blusa color lila deslavada, una falda de pana que le llegaba a las rodillas y unas botas de poliester que le llegaban también a las rodillas. Las botas eran de baja calidad y estaban maltratadas; en sí toda su ropa era vieja, se notaba. Ella tenía el cabello quebrado, algo largo, hasta el hombro, sujeto en una cola de caballo con una liga, y algunas canas se dejaban ver, evidenciando su lozanía perdida. La observó más detenidamente y miró su rostro: un delineador azul turquesa y los labios pintados con un color parecido a la bugambilia pero de tono mate. Su sonrisa mostraba unos dientes un poco chuecos mas nada fuera de lo habitual. Aspiró su aroma casi de manera instintiva, como hacen algunos animales antes de aparearse. Era un olor extraño: era sudor, un olor a sudor muy marcado, pero mezclado con algo que lo volvía loco.
Ella no perdió el tiempo en presentaciones ni en flirteos o conversaciones inútiles; con su permanente sonrisa lo miró y le dijo:
-Ando bien caliente y quiero coger.
Lejos de sorprenderse, ya esperaba esa frase como presintiéndola inexorable. La ausencia de sorpresa fue lo que realmente lo inquietó...¿Estaría soñando? La luz del sol lo hacía poco probable (él siempre soñaba días nublados), además de que ya llevaba media jornada y ningún sueño tiene tanta continuidad- pensó.
De manera casi automática encendió el auto y avanzó. Pensó que era una prostituta: se le hacía un fastidio tener que pedirle que se bajara después de todo. No era que tuviera algo en contra de las prostitutas, pero  no era de su preferencia pagar por un rato de sexo. Y no por tacaño, no, sino porque se le hacía tan impersonal como ver una película porno o comprar algún juguete erótico y eso no tenía mayor dificultad.
-No tengo dinero-le dijo, esperando desembarazarse de ella rápidamente.
-No quiero tu dinero-respondió ella riendo-. Nunca me ha gustado cobrar a los amigos, además ¿No conoces el cruissing?
-No. Es decir-corrigió-, creí que era un mito...
-Pues ya ves que no.
Hizo una pausa y mientras el auto seguía su marcha encendió un cigarro y le ofreció otro a él 
-Gracias-dijo, y encendió el cigarro; aspiró profundamente.
-Te parece extraño seguramente. Me refiero a esa payasada del cruissing.
-Algo. No creí que ese tipo de actividades se llevaran a cabo a plena luz del día.
-Pues no es común pero de noche es más frecuente que me confundan con una prostituta del montón. Buscar pecados de noche no es lo mismo: te topas con cada imbécil que te hace querer pegarte un tiro en la concha...
-Lo siento-se disculpó él-: no quise ofenderte pero...
-No te preocupes, no me ofendes-rió-. De hecho, pude notar que te molestó la idea de que fuera prostituta.
Él no pudo ocultar su turbación.
-Veo que es cierto-dijo ella riendo-. Verás: la gente como nosotros se reconoce con facilidad. De seguro lo notaste la primera vez que nos vimos. ¿Qué? ¿Te sorprende que lo recuerde? Claro que lo recuerdo, tontito, pues apenas notarte comencé a mojarme toda. Ese día no esperé a que regresaras (seguramente lo hiciste): tuve que irme porque surgió un asunto inaplazable. Pero, ¿Qué te parece si nos divertimos ahora?-le preguntó mientras se le pegaba de forma un tanto gatuna-.
-¿A qué te refieres con eso de "gente como nosotros"?
-¿Eh? ¿A qué viene eso?
-Dices que la gente como nosotros se reconoce fácilmente...dime, ¿Cómo somos nosotros?
-¿Estás bromeando? No. No estás bromeando- dijo ella muy seria, como si la ignorancia de él fuera algo inconcebible.
-¿Qué sucede? Me miras como si mi pregunta estuviera fuera de lugar.
-Pues es que lo está: no puedo creer que tengas más de veinte años y no hayas recuperado tus recuerdos de tus vidas anteriores. Aunque no lo has olvidado del todo, porque pudiste reconocerme. Pero...
-¿Vidas anteriores? Te estás queriendo quedar conmigo- dijo él enojado-.
-Creo que no tengo más opción que bajarme. Hubiera sido rico que me la metieras-dijo con una sonrisa coqueta- pero si no recuerdas quienes somos, no tiene caso. Déjame en la esquina.
Él redujo la velocidad y se fue orillando. Estaba sorprendido, confundido y decepcionado. Cuando el auto se detuvo ella abrió la puerta y él estiró la mano para tocarle el trasero. Al menos eso quería conservar como recuerdo. Y fue entonces que sucedió:
-¡Lujuria!-exclamó-Te recuerdo. ¡Pude recordarte!
Ella subió de nuevo al auto y se acomodó. Lucía una sonrisa de satisfacción como pocas veces se ve.
-Te acordaste. Qué bien. Entonces ya sabes quién soy y, sobre todo, quién eres tú.
Él sonreía. Mientras se ponía de nuevo en marcha, estrujó por encima del vestido uno de los senos de ella. Pudo darse cuenta de que eran algo flácidos y más bien pequeños, pero curiosamente eso sólo lo excitaba más. Ella lanzó un leve suspiro, parecido a un gemido de placer, y puso su mano sobre la de él, guiándolo hacia adentro para que pudiera sentir el calor de su piel y pellizcar la flor malva que coronaba su pequeño monte.
Continuará...



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